Elogio de la locura. (Exposición personal de Maikel Benitez)

 


por Fidel Gómez Güell


Desde tiempos inmemoriales el cuestionable tejido que ha mantenido unidas, contra todas las probabilidades las sociedades de occidente, se compone de hilos muy finos que aglutinan lo mejor y lo peor de nuestra tribu: la compasión y el amor al prójimo heredados de las enseñanzas de un judío crucificado y el odio, transfigurado hoy en violencia social hilvanada por oscuras fuerzas detrás de las estructuras del poder real y el transitorio. 

La locura, como atributo humano al fin, ha jugado un papel no despreciable en este esquema de comportamiento. Ese estado de evasión de la conciencia ha germinado con particular virulencia en ciertos momentos de nuestra historia compartida como el 2 de octubre del 1968, cuando el despropósito y la bestia que vive en nosotros se cebaron con alevosía en la sangre joven de los que también han sido presa de la demencia colectiva. 

Esta forma de desgarrar los hilos de nuestra sociedad sería inconcebible si no se articulara a través de los símbolos, símbolos como los uniformes y distinciones que te ofrecen la inmunidad consensuada de tus víctimas, los símbolos nacionales, globalizados y tribales que insuflan de valor a los que sacrificaron su individualidad engañados por la propaganda del establishment y de sus enemigos. Los símbolos han edificado a nuestros santos y alimentado a nuestros feroces asesinos. 

La big media del siglo XXI ha desovado en el escenario público su propia carga simbólica cuidadosamente enhebrada en las mentalidades colectivas de nuestros pueblos. El llamado del chaman a la guerra, ahora no está envuelto en nubes de humo grisáceo ni aderezado con el gusto amargo de las sustancias psicoactivas, que consumieron nuestros antepasados junto a una hoguera de las praderas etíopes hace algunos miles de años. Sin embargo la necesidad de mantenerse alucinado sobrevive en las conciencias modernas y en su aspiración de pertenecer a algún relato que sobreviva a la carne endeble que nos mueve. El bando enemigo es difuso, impreciso, pero igual que en aquellos tiempos fundacionales, las ganas de destruirlo son insoportables.

La manera en que se recicla la historia (y la histeria colectiva), dicho sea de paso, es una señal alarmante de que el horizonte moral de nuestra especie, dista mucho de ser una línea sólida entre el bien y el mal, o al menos lo que entendemos por esas vagas abstracciones. En las obras que nos avenimos a compartir con el siempre respetable, advertimos los principales componentes de este proceso interminable que hoy nos coloca frente a la disyuntiva de sumarnos a las turbas de lunáticos o plantarnos con todos los recursos posibles, incluidos el hecho artístico, ante estas loas eufóricas a la locura humana y sus siempre impredecibles consecuencias.  

 

Fidel Gómez Güell 

CDMX 2020 



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